miércoles, 29 de agosto de 2012

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Abre los ojos. Desde su ángulo de visión alcanza a ver las ruedas del Daewoo blanco que aparca enfrente de su Civic gris.
Se siente dolorida, magullada, sin fuerzas, pero debe levantarse, salir del garaje y meterse en casa. Si alguien la encuentra en ese estado, tirada en el suelo, se verá sometida a una serie de angustiosas preguntas a las que no quiere responder.
Se levanta. Le duele la nariz, acerca la mano derecha para tocársela y.. tic.. cae una gota roja en la mano que se acercaba. La mano para en seco. Entonces mira donde ha estado recostada su cabeza… un pequeño charco de líquido rojo y brillante rompe con la monotonía del gris del suelo de cemento.
Definitivamente debe salir de ahí, cada vez son más insostenibles las posibles excusas que podría dar y que se agolpan en su cabeza.
Lentamente da media vuelta y durante el movimiento un dolor sordo amartilla sus costillas. Dios, debe salir de ahí cuanto antes.
Pasa la puerta que separa el garaje de las escaleras que suben hacia el entresuelo y se aferra a la barandilla, con su mano derecha.
Empieza a subir, un escalón, dos, tres, mientras sus costillas gritan de dolor, su nariz les hace el coro y su mano izquierda……
Ha hecho un pequeño gesto de apretar el puño por el esfuerzo que está realizando para subir las escaleras y el dolor le ha sacudido desde la mano hasta las últimas fibras nerviosas de su cerebro. Ha ahogado un grito justo a tiempo y se mira la mano.
¿Por qué está deformada? ¿Por qué sus dedos parecen paralizados?
Intenta moverlos y un ¡crac! se produce en el interior de su palma. Esta vez no puede reprimir un gemido. Está rota….
Tiene que llegar a casa cuanto antes…..

“Nooooooooo!!!!!!”
Valeria se despertó gritando, empapada de sudor y completamente desorientada.
Sus ojos giraban desorbitados en las cuencas oculares, esforzándose por captar alguna imagen, saber donde se encontraba y sobre todo, inconscientemente, asegurarse de que seguía a salvo.
Poco a poco fue reconociendo las siluetas de los muebles que decoraban su nueva habitación y sus músculos fueron destensándose.
Seguía a salvo.

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